"Poecrónicas"

--Columna Semanal--

EL PERIODISTA: HISTORIA DE UN VIAJE CÍCLICO (*) - 21.04.2023

Por Manuel Murrieta Saldívar

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Imagen: Mesa de redacción.  Foto de la colección personal del autor.
Imagen: Mesa de redacción. Foto de la colección personal del autor.

  • De nuevo despertó con aliento a cerveza y cansada la garganta por fumar demasiado la precipitada noche anterior. Al colocar el primer pie sobre el piso, instintivamente recordó las notas periodísticas escritas la tarde antes y se iniciaron las preocupaciones. Absorbido por la presión externa rápidamente se vistió, enjuagó sin querer el recuerdo a tabaco y consumió el desayuno con dejo de indiferencia porque su mente no estaba ahí.
    Las primeras manifestaciones de nerviosismo lo atraparon levemente cuando avanzaba veloz rumbo a la sala de redacción. Sabía que era inminente el hervir de las teclas y el canto de los cables noticiosos revelando, diariamente, su terrible historia de informaciones mundiales. Entró saludando a las fieles secretarias y ya en su escritorio se dispuso a leer el ejemplar del día. Con cierta intranquilidad revisó sus notas; detectó dos o tres errores de impresión que milagrosamente no trastornaron la verdad, su verdad, del mensaje editado. Y, no obstante, fue imposible encontrar la calma deseada.
    Entonces bostezó como de costumbre, reinventó la necesidad del café, preparó la taza y, entre sorbo y sorbo, apareció la ansiedad de expulsar humo por la boca y nariz: no vaciló en abrir la primera cajetilla de cigarrillos para satisfacerse. Aunque los rutinarios nervios disminuyeron, algo le preocupaba todavía. Movido por un impulso inoportuno de la conciencia, se atrevió a diagnosticar su cuerpo y supo seguramente que la desesperación que poseía no era otro efecto de la más reciente desvelada. Otra cosa le preocupaba y aún intentó un gran esfuerzo.
    Tampoco se sentía víctima de angustias existenciales porque esporádicamente les prestaba atención y por lo general concluía que no tienen la menor importancia. Además, dotado de un envidiable poder de concentración, cuando le invadían esas sensaciones controlaba las que le martirizaran. Aún menos preocupante era la cuestión del dinero; recibía lo suficiente para comprar subsistencias y distracciones superfluas mientras llegaban las próximas entradas. Incluso sin percibirlo, algo, algo le preocupaba.
    Cuando probó el quinto cigarro había analizado ya el contenido de los diarios de la competencia. Fue entonces que supo, siempre con la rutina, cuál estrategia seguir para obtener información que conmoviera al lector. A pesar de haber resuelto así una de las tareas más urgentes de la mañana, sonrió imperceptiblemente con leve satisfacción y se desesperó un poco. Quizá recordó lo cruel de la competencia pero triunfante confirmó que se había adaptado al medio como esos insectos que toman el color verde de los vegetales y así desarrollan vehículos de defensa para no ser atacados.
    La desesperación decreció un poco al terminar de elaborar su plan del día y luego enfocó su pensamiento hacia el asfixiante ambiente social. Preparado para enfrentarlo, para la lucha, otro pendiente invadió sus nervios matutinos que fueron olvidándose poco a poco cuando casualmente leyó los últimos despachos informativos del télex. Uno indicaba el balance de muertos del último año en los actuales conflictos mundiales y otro le comprobaba, fríamente, a pesar de un reciente tratado, que todavía los armamentos atómicos que quedan podrían destruirlo, como a cada habitante del planeta, hasta más de 30 veces. Prefirió sus nervios, descartó la sorpresa y salió a la calle...
    La preocupación seguía empalagando. A la entrada de un magnífico banco, accidentalmente percibió a un individuo que exigía limosna tocando un triste acordeón; ni siquiera se percató del contenido del recipiente de las monedas ni del mal olor del solicitante porque no estaba incluido dentro del plan. Al rato, extendió la mirada hacia las paredes de la universidad adornadas con consignas políticas pero solo sonrió al leerlas. Sin notar el color encendido del semáforo, cruzó la avenida central y tuvo la oportunidad de asombrarse ante el espectáculo de los camiones públicos atestados de pasajeros; pero no se sorprendió porque en ese momento le invadió una sensación reconfortante al disfrutar el privilegio de no viajar ahí adentro. Fue mejor acelerar el paso y mirar el reloj. Calculó que aún tenía tiempo de reserva…
    Quiso tener iniciativa, ir comprendiendo el descontrol fugaz e interminable de sus pasos, pero, robotizado, distrajo la atención cuando miró frente a él a un cuerpo femenino ideal para su gusto deseando irremediablemente poseer. Muerta esa imagen volátil, desapareció en la siguiente esquina, reaccionó y pronto recordó la preocupación de su destino.
    La jornada de ese día, un retrato de los otros desde tiempo inmemorial, incluía entrevistas con personalidades consideradas claves para el curso de la historia. Precavidamente, discutió con los colegas en el recinto de la misma fuente informativa y nunca reveló el cuestionario que propondría en exclusiva al personaje en turno. Sin embargo, habló sobre temas generales y al concluir revivió en él una especie de relajamiento porque sus comentarios fueron tan centrados que la mayoría los aceptó... por lo menos exteriormente.
    Con todo y esa reacción, que ratificaba su prestigio periodístico, captó que otra cosa le preocupaba y encontró apoyo artificial en el siguiente cigarrillo. Hizo la entrevista y luego de revisar las respuestas, se transportó de inmediato al cubículo de redacción para iniciar, de nuevo, la jerarquización de revelaciones e ideas que demandaban publicación inmediata. Así, su proyecto del día comenzó a celebrar el necesario éxito de siempre.
    Y no se preocupó del pendiente de ingerir los alimentos porque al momento de tocar las primeras teclas, recibió la infaltable invitación al restaurante preferido. Probó los bocados más estimulantes, disfrutó el “glamour” de la hipnótica escenografía, respondía “sí” a las solicitudes del poderoso anfitrión en turno y saboreó la cerveza de la tarde. Mostrando el placer del orgullo, cerró el compromiso y regresó una vez más al ajetreado ambiente oficinal. Fue ahí donde reconoció que una ansiedad aún no descifrada le había estado perturbando. Pero la desplazó ante la premura de escribir su informe noticioso y, aunque padeció tercamente el rumor de un antiguo pendiente, horas más tarde entregó el material casi perfecto.
    Apresurado y satisfecho abandonó el despacho encontrándose a la inmensa noche que aún no contenía estrellas importantes. No miró el espacio, las huellas de la tarde, ni una extraña ave que a pesar de su apetecible libertad no sabía qué hacer con el cielo de arriba. Tampoco reaccionó al vislumbrar las risas de los niños del parque de enfrente y jamás conoció a la luna lluviosa blanqueando los vidrios, las torres y edificios. Es que algo seguía preocupándole.
    No obstante, probablemente debido al brusco cambio de ambiente, de pie, sobre la banqueta violada, estuvo a punto de preguntarse cuál era la satisfacción más trascendental de la jornada del día. Trabajosamente bosquejó unas dudas y, al intentar responderse, el conductor de un auto gris lo invitó a gastar la noche circulando entre la luz mercurial del bulevar. Qué sonrisa increíble se reflejó en los retrovisores cuando palpó el confort de los asientos y el relax de la velocidad después de haber cumplido con su plan. Lo extraño fue que durante el paseo ignoró al conductor cuando, por un descuido, pudo captar lo tibio de sus dedos expertos en escribir.
    Esta inesperada percepción lo reubicó en la temida meditación de preguntarse el porqué de su diaria rutina; sin embargo, imperceptiblemente, ese pequeño instante se convertiría segundos después en un pasado tan remoto cuando el amigo y las seductoras luces danzantes lo hicieron entregarse, otra vez, a la diversión en turno. Y otra noche empezó a distraerlo casi voluntariamente. Fue difícil entender que esas horas agonizantes podrían haber sido el tiempo propicio para iniciar, apenas, la pregunta fundamental de su viaje que cada vez era distinto dentro de la rutina de siempre.
    Retornó entonces a su lecho como huyendo de sí mismo. Al cerciorar que de nuevo nadie notó su llegada a la habitación, fue cerrando los ojos simultáneamente a que una lista incalculable de preocupaciones quedaban en el ambiente y se le venían encima. Algo le preocupaba, pensó sin saber cómo. Y luego se durmió o creyó dormir...
    De nuevo despertó con aliento a cerveza y cansada la garganta por fumar demasiado la precipitada noche anterior. Al colocar el primer pie sobre el piso, instintivamente recordó las notas periodísticas escritas la tarde antes y se iniciaron las preocupaciones. Absorbido por la presión externa notó que algo le preocupaba, tampoco eran sus sentimientos porque ya no los encuentra…los va dejando siempre para un poco más tarde, no han logrado cabida en ese viaje cíclico que cada día lo aleja de sí mismo...


    (*) Texto publicado en: De viaje en Mexamérica. Crónicas y relatos de la frontera. Student Edition // Edición Escolar. Lecturas y ejercicios en español para hispanohablantes en Estados Unidos. 159 páginas. Monterrey Park, California, USA. Izote Press, 2014.

    Más información:
    http://manuelmurrietasaldivar.com/libros/De_Viaje_en_Mexamerica.html

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