Quizá porque la noche es muy confusa,
se me viene el insomnio tratando de explicarla...
Paso largas horas con ojos de asombro
bajo mi techo casero o los que visito,
ladeándome de un extremo al otro de la cama
sin recibir una dosis moderada de sueño
a pesar del salto de miles de ovejas blancas,
negras, de todos los colores...
No tengo entonces más remedio que atrapar a la noche,
medir sus ángulos obtusos y convexos
tratando de entenderla, comprenderla,
por qué nunca se apiada de mí...
Pero ella insiste en distraerme:
Aparecen planes que nunca hice
otros que jamás realizaré
vienen obligaciones con fechas límites de un siglo
otras que acabaron ayer o que logré a medias
—ahora me recuesto boca abajo—
La gente me aconseja que salte de mi lecho
a continuar el proyecto pospuesto o atrasado,
que beba una o dos tazas de té,
hacer una rápida meditación
o una plegaria por la paz del mundo
pero nunca encuentro voluntad para tales sugerencias
o para otras que yo me invento...
La noche me atrapa siempre con sus garras
abriéndome los párpados
para que siga mirando obscuridades
que se mueven hacia todas direcciones
teñidas de puntos blancos, amarillos y violetas...
Nunca he podido dormir con la serenidad del bebé
o la del borracho cansado de una fiesta
como lo he atestiguado que caen fulminados
a mi lado con su sueño profundo que me produce envidia.
Me pongo de nuevo boca arriba,
ya son las tres o dos de la mañana
y de nuevo tampoco ahora volveré a dormir
mis cinco o cuatro horas que me tocan
—debieran ser ocho, lo sé—
Pasivamente me dejo dominar
por otra noche inquieta
que encaja sus cuchillos de planes y de ideas
sobre mis pupilas abiertas,
saltonas,
sorprendidas,
como escuchando a la noche:
–¡No duermas...no hay tiempo que perder!...
Keyes, California, julio de 2023