"Poecrónicas"

PHOENIX SOL (*) - 16.06.2023

Por Manuel Murrieta Saldívar

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Imagen: Sol sobre la montaña Picacho Peak, autopista 10, entre Phoenix y Tucson, Arizona. Foto de la colección personal del autor.
Imagen: Sol sobre la montaña Picacho Peak, autopista 10, entre Phoenix y Tucson, Arizona. Foto de la colección personal del autor.

  • I
    El sol de Arizona es una molestia que dificulta cruzar la línea fronteriza, asesina a migrantes o dificulta completar la jornada de trabajo en zona agrícola. En otras ocasiones es la extensión nostálgica de un calorón de Sonora que obliga a instalar, a como dé lugar, un aparato de aire o de perdida disfrutar atardeceres en el patio o la banqueta de la casa. Sin embargo, para los angloamericanos del estado del gran cañón su sol es otro motivo de orgullo, refrigerado ya todo el desierto. He visto a comerciantes que lo han sabido ofertar en almanaques, postales, camisetas o noticieros como el más incandescente después del Sahara. Para ellos, provoca incendios forestales, suspende pistas o turbinas aéreas, cocina blanquillos a la intemperie cuando se rompe un récord. Y les funciona esta estrategia mercantil porque, atraídos por las candentes promociones, bajan del Este y del centro del país los “snowbirds” o pájaros de la nieve, esos ancianos que parecen jugar con sus cámpers; o se registran avalanchas de estudiantes, cansados de la penumbra de Nueva York o Massachusetts, dispuestos a sudar, perdón, estudiar en las universidades arizonenses mientras adquieren unos muslos, unos bronceados apetitosos. Los más sorprendidos son los europeos y sudamericanos porque confirman lo que habían sospechado en las películas del oeste: realmente vive aquí ese sol, testigo de matanzas de comanches y vaqueros, que achicharra la arena y provoca ocasos con todo el espectro rojo; claro, siempre y cuando se le observe con cautela o desde un espacio refrigerado el cual, si no existiera, ya se hubieran retirado en estampida.
    II
    Sin embargo, la rutina de la sobrevivencia todo lo uniformiza y arrincona seas del origen que seas. Y aunque el sol aquí no discrimina, como lo hacen muchos rubios asustados, unos lo reciben en exceso precisamente porque su escasez económica les alcanza sólo para comprarse un abanico; muy pocos lo disfrutan porque habría que madrugar y muchos, casi todos, viven sin vivirlo, evitan al sol gracias a la tecnología de enfriar el aire de la cual Arizona fue pionera. Al astro rey se le recuerda para elevar el status con un rápido bronceado si no se pudo en el Caribe o en Cabo San Lucas, se le recibe cuando la refrigeración se descompuso o al salir de un edificio camino al estacionamiento. Se piensa en el sol como fuente alterna de energía pero nunca forma parte de algún festival artístico; sabes de su presencia y amenaza pero a través del reporte meteorológico que lo escuchas a los 20 grados Celcius mientras afuera son más de 45.
    El sol de Arizona, pues, ha sido derrotado en breve lapso, no es más aquel astro que reinó millones de años, es aquí tan inofensivo que un simple botón hace que duermas con cobertores en pleno verano y a cualquier hora, aunque te asuste el recibo de la electricidad. Y puedes pasar incluso la mañana, el mediodía, toda la tarde entre autos, edificios, tiendas u oficinas con una sudadera, sobre todo en el frío eterno del área de computadoras. Sol domesticado, sabes que está ahí pero no lo ves, no es necesario ni interesa, a menos para evitarlo o promocionarlo, es iluminación secundaria que destaca la escenografía urbana de asfalto y rascacielo.
    De tanto combatir su calor, se acabó rechazando al sol por completo, sólo es sentido con termómetros mientras los alrededores proyectan sus rayos sin que se perciba al emisor. Los atardeceres y amaneceres son recuerdos rurales o de épocas antiguas, sólo unos cuantos ciclistas y corredores reciben baños de luz sin que sea el principal propósito preocupados más por la línea de sus cuerpos. En pleno valle o paraíso del sol, traduciendo el slogan, este astro dejó de cautivar, se ataca, combate y se le evita desde el momento de colocarse los lentes oscuros, una necesidad ya elemental, en cualquier puerta que dé al exterior...
    III
    Hasta que una madrugada decido romper la rutina durante algún desvelo feliz. Entonces percibo una luz azulosa, densa, espesa, una cúpula que empieza a envolver el panorama citadino desde el horizonte. Son los primeros resplandores de un simple amanecer de todos los días que siempre me había negado. Surge el titubeo de si la fiesta regular debe concluir o puede ser el inicio de otra. Es decir, proseguir la rutina establecida por el medio, rota desde el momento de surcar las tres de la mañana, o aprovechar el espectáculo del levantamiento solar a su máximo esplendor, como nadie me lo ha promocionado en un folleto. Y a las cuatro o cinco de la mañana se comprende que es verdad, en plena región desértica, en su hábitat ideal, no me habían dejado ver al astro en su brillantez inicial.
    Todo entonces empieza a clarificarse, literalmente, cuerpo, corazón y mente junto con una nueva atmósfera limpia de civilización: porque ya estoy arriba, en la montaña del sur de la ciudad de Phoenix, en su mejor mirador diseñado por la naturaleza especialmente para el caso. Estoy en la madrugada fresca, sin artificios, sobre piedras añejas y el rodeo de ecos, entre saltos de liebres e islas de cactus, confirmo y redescubro que el sol no es sólo un conjunto de rayos a repeler por el aire frío del hombre de abajo, abajo duermen las autopistas, paralizadas las escuelas y otras fábricas, abajo ningún jet despega o aterriza, el smog movilizado por el aire matutino, abajo domina una quietud de gente apaciguada, saciada, satisfecha con la noche del sábado de abajo y el levantarse tarde del domingo con la preocupación de la televisión o el servicio religioso de abajo.
    Y arriba, sobre rocas enanas y gigantes, el sol en segundos se levanta con un peso de millones de siglos, arriba recupera su poder estratosférico, arriba ya de cordilleras y de picachos violetas, adquiere por instantes un límpido señorío arriba de la contaminación arizonense, subiendo recupera dignidad y autoridad arriba de todo y todos. Es un sol que ya cruzó el Atlántico, hace nueve horas despertó a Cádiz y Sevilla y aquí hace lo mismo, a la flora y la fauna de las sierras de México, es un sol global más libre que un tratado, inmigrante ilegal sin importarle fronteras. Ilumina a inocentes y asesinos de abajo, hace descender ahora las mareas del Golfo, produce sombras estáticas y acuosas en los muelles de Cuba y de Florida, por él están cantando las guacamayas del trópico. El sol que veo calienta las autopistas desde Guaymas a Las Vegas, levantando recuerdos, ruidos, las voces del mundo antiguo y del presente, gestor de fantasías cósmicas e imágenes terrestres, luz sin edad y sin tiempo pero con futuro… sol que despide a otro amanecer rumbo al mediodía, que reinicia la rutina de 24 horas, sol que ha perdido en Arizona lo que lo hacía divino y que ahora simplemente lo voy abandonando entre las rocas porque todo ya empieza a hervir, todo a evaporarse, a calentarse, arriba y abajo, el infierno de más de 50 grados que provocas...


    (*) Del libro La gravedad de la distancia. Historias de otra Norteamérica. Editorial Garabatos. Hermosillo, México, 2009. Más información y para adquirirlo en: http://www.manuelmurrietasaldivar.com/libros/la_gravedad_de_la_distancia.html

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